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Educación híbrida, presencial, online… La adaptación y resistencia para impartir clases en cualquier formato es el principal reto que deben afrontar los profesores en el nuevo año, de acuerdo con Moisés Ramírez, especialista académico en Amco.
La llegada de la pandemia en marzo de 2019 revolucionó, al igual que el resto de ámbitos de la vida, un sistema educativo que debió improvisar sobre la marcha medidas como las clases telemáticas, los programas de enseñanza o las evaluaciones a distancia. Llega a su fin un año en el que hemos podido volver a llevar una vida casi normal para dar paso a 2022, marcado por la incertidumbre ante el repunte de casos de Covid-19, sin mucha claridad sobre cuál será el panorama reinante en el futuro más próximo y problemáticas de adaptabilidad en el sector docente.
Al menos así lo cree Moisés Ramírez, especialista académico de Inglés y Español en Amco Internacional: “El principal reto que debe afrontar el docente del siglo XXI es la adaptabilidad. Para mí esa es la palabra clave. Adaptabilidad a las nuevas fórmulas pedagógicas y adaptabilidad a las nuevas tecnologías. Quién sabe si el día de mañana aparezca una alternativa mejor que Zoom para dar clases online o si la realidad virtual y la realidad aumentada se conviertan en un recurso educativo más en el aula”.
Resistencia es otro de los rasgos que, según Ramírez, debe definir al docente de hoy ante los desafíos del siglo XXI, especialmente para enseñar en diferentes escenarios: clases presenciales, híbridas o 100% virtuales. “Hay que estar preparados para los nuevos tipos de aula -señala Ramírez-, es decir, tener resistencia para adaptarse a una nueva modalidad en el momento que lo pidan las autoridades. Si ya estábamos acostumbrados a trabajar en línea, no tener problemas para regresar otra vez a presencial o irnos a un modelo híbrido”.
El curso 2019/2020 será recordado por docentes y estudiantes como el año en el que cambiaron las normas. La llegada de Covid-19 cambió todas las directrices hacia un nuevo formato de formación online y, de un día para otro, este objetivo que hasta ese momento se planteaba a largo plazo en las instituciones se transformaba en una realidad impuesta, tanto para los profesores y profesoras como para los estudiantes. Uno a uno los centros educativos fueron adaptando sus programas y estableciendo nuevos criterios de evaluación, donde las clases por videoconferencia y los trabajos online marcaban la nueva realidad.
“Me parece que es una adaptación que no siempre se ha llevado bien y que se logró más por necesidad que por actitud. Y aunque la pandemia ha demostrado que sí se puede, siento que todavía hay ese estigma de cambiar de un formato a otro”, opina Moisés Ramírez, que insiste en la necesidad de “siempre estar abierto a los cambios. Lo vimos aquí, en Amco, en mi equipo, que antes de la pandemia viajábamos constantemente para conocer los colegios, después lo hicimos todo por videollamada y ahora es como un modelo híbrido, a veces nos toca viajar, a veces atendemos a los colegios en nuestras instalaciones nuevamente y a veces lo hacemos a distancia”.
La percepción general de los profesores y profesoras es que la adaptación forzada a un entorno virtual presentó numerosos retos y que el trabajo ha sido muy duro, como señala Paulina, docente de Español en secundaria: “La adaptación de una asignatura digital requiere un año de preparación, no unas semanas, lo que se tradujo en muchas dificultades sobre todo al principio de la pandemia”.
En este punto, Moisés Ramírez apela a la responsabilidad de los líderes y directores de los colegios para fomentar la formación continua en el profesorado del centro y también a motivar y reducir la gran carga de trabajo administrativo y burocrático “que desafortunadamente tienen que realizar los profesores, en muchos casos completamente innecesario, lo que implica un gran esfuerzo que afecta a su rendimiento laboral en el aula”.