La disgrafía es un problema de los niños poco conocido, que no por ello carece de importancia. Básicamente, se trata de una condición funcional que dificulta la expresión escrita, afectando total o parcialmente la capacidad para reproducir los trazos de la escritura. De hecho, para la mayoría de los niños con disgrafía, el simple hecho de sostener el lápiz o escribir varias letras en una misma línea se convierte en un reto.
Luis es un niño de casi ocho años inteligente, inquieto, con una gran memoria visual y que no ha presentado mayores problemas en su desarrollo de aprendizaje en los cursos de preescolar. Es también muy observador, se relaciona bien con sus compañeros, aunque sus padres lo definen como un poco torpe en algunas actividades psicomotrices. Al inicio de Primaria, el niño mostraba escaso interés por el dibujo, aunque no se observaba un deterioro significativo en esta área. No obstante, al comienzo de las primeras actividades de escritura, Luis mostraba dificultades que se manifiestan con irregularidad en el trazo, aumento progresivo de la letra, problemas para situarse en las coordenadas espaciales (izquierda-derecha, arriba-abajo), por lo que sus líneas suelen seguir (si no hay un pauta) una progresión normalmente descendente. Se observaba también que al escribir una determinada palabra la fragmentaba en sílabas sueltas o, en otros casos, unía palabras que el niño sabe que se escriben por separado. Las faltas de ortografía eran muy acusadas y una misma letra podía ser escrita bien en un momento dado, pero al repetirla más abajo lo hacía mal.
El caso descrito y las dificultades observadas se fueron haciendo más evidentes a partir del ciclo de Primaria, que es cuando se inician los procesos de lectura y escritura, llevando a pensar que el niño puede presentar un problema específico del aprendizaje que, independientemente de que se le ponga nombre o no, se debería empezar a tratar o trabajar con él. En caso contrario, el niño puede frustrarse, negarse a hacer determinadas tareas que sabe que le cuestan e incluso puede sentirse inferior a los demás y desarrollar una baja autoestima, según los criterios de los especialistas.
Dentro de los trastornos del aprendizaje destacan la dislexia o el Trastorno de Atención e Hiperactividad (TDAH). La disgrafía, diagnosticada en el caso de Luis, es otro trastorno menos conocido que afecta a la escritura. Está relacionada con el habla y la lectura, y se estima que afecta a entre 3-10 % de los niños en edad escolar.
Desde el inicio de la escolarización se ve mucho esfuerzo y lentitud para escribir, y aumenta a medida que el niño o la niña progresa en los niveles educativos.
Los expertos subrayan la importancia de reconocer y tratar de manera precoz este trastorno específico del aprendizaje con dificultades en la expresión escrita para que no afecte el rendimiento escolar y la autoestima de los menores.
La disgrafía no solo se nota en una escritura ilegible. Los niños y las niñas que la padecen tienen dificultades a nivel visoespacial, motora fina, organización y procesamiento del lenguaje, deletreo/escritura a mano, ortografía y gramática.
Dificultades visoespaciales
No organizan bien las palabras en la página, de izquierda a derecha.
Problemas de discriminación de las formas y el espacio entre letras. Su escritura es irregular en tamaño y forma, así como la distancia entre palabras (a veces las escriben juntas).
Les cuesta escribir en una línea o pintar dentro de los márgenes.
Dificultad para leer mapas, dibujar o reproducir la forma de un texto.
Dificultades motoras finas
Al escribir, recortar, armar rompecabezas, escribir mensajes de texto, usar el teclado de la computadora e incluso dificultades en su día a día como abotonarse o atarse las agujetas. Al costarles tomar correctamente el lápiz, alternan trazos suaves y fuertes sin sentido. En su escritura habrá letras muy apretadas con un trazo fuerte y otras con un trazo suave que apenas se ven.
Posturas incorrectas al escribir, con excesiva rigidez o laxitud. La espalda la ponen muy cerca de la mesa o se inclinan en exceso.
No coordinan bien los movimientos de la mano, muñeca y antebrazo cuando escriben o dibujan.
Refieren que se les cansa la mano al escribir y a veces les duele.
Les cuesta hacer el trazo, dar inclinación de la escritura y trazar la dirección de los giros.
Dificultades para el deletreo/para la escritura a mano
Confunden y cambian las letras o las omiten en medio de una palabra, incluso cuando copian un texto.
Mezclan letras mayúsculas y minúsculas.
Mezclan cursivas y letra de imprenta.
Borran mucho y hacen tachaduras.
Tienen problemas para entender su propia escritura e identificar si la palabra está mal escrita.
Si usan un corrector de ortografía, no pueden reconocer la palabra correcta.
Dificultades en el procesamiento y organización del lenguaje escrito
Para contar una historia o componer textos.
Para organizar lo que escribe. A veces empieza por la mitad, se pierde en la idea y hay ocasiones en las que no explica lo fundamental.
Usan descripciones muy pobres, frases simples y confusas.
Problemas en la ortografía y gramática
Comenten faltas de ortografía, sobre todo los signos de puntuación (comas, puntos) y las tildes.
Mezclan tiempos verbales.
Escriben oraciones muy largas. Usan demasiadas comas.
No comienzan las oraciones con mayúscula.
El niño o la niña que escribe mal o lento no quiere decir que tenga algún problema de inteligencia o neurológico.
Al igual que sucede con otras formas del trastorno específico del aprendizaje, no hay una causa claramente identificada, si bien se acepta, a nivel neurológico, que los niños con este problema tendrían una menor activación de las áreas responsables del procesamiento de la lectura y la escritura. Lo que sí saben los especialistas es que estos trastornos presentan un alto componente genético y habitualmente se encuentran, en niños diagnosticados, padres que afirman haber tenido el mismo problema.
E insisten en que lo ideal, independientemente de que se ponga o no la etiqueta diagnóstica, es ayudar a estos niños lo antes posible. Para ello el primer paso es entender que no es un problema de capacidad intelectual, sino de poca eficiencia en una serie de procesos específicos (escritura).
La terapia psicopedagógica resulta fundamental para estimular la coordinación óculo-manual, el control neuromuscular y la destreza psicomotora, a la vez que contribuye a enseñarles a los niños lo básico de la sintaxis y la gramática del lenguaje. De hecho, existen muchísimas estrategias psicopedagógicas que los profesores pueden aplicar en clases para estimular a estos pequeños, desde ejercicios de reproducción de trazos y tareas manuales hasta actividades sensoriales para mejorar su actividad motora fina.
Sin embargo, el trabajo diario de los padres en casa también es importante. Pueden hacer manualidades y juegos con sus hijos para estimular sus funciones motoras, a la vez que pueden ejercitar sus trazos y escritura en el hogar. Además, pueden convertirse en una gran fuente de inspiración para los niños, motivándolos a superar sus dificultades.