Cada vez son más los padres que se interesan en inscribir a sus hijos en instituciones educativas donde les enseñen a ser felices, conscientes de que la felicidad, como cualquier otra materia, se aprende y se construye desde la niñez.
En los últimos tiempos se ha comprobado cómo calaba el mensaje de que los niños tienen que encontrar la felicidad en el colegio, que los profesores deben tener como objetivo que los menores sean felices, igual que los padres. De hecho, muchas instituciones educativas ponen ahora el énfasis en que están embarcados en la misión de hacer felices a los alumnos.
El intelectual estadounidense Martin Seligman estableció a partir de sus investigaciones que la felicidad depende de múltiples factores como hábitos y creencias que son modificables y, por lo tanto, se pueden enseñar. En pocas palabras, los niños pueden aprender a construir su felicidad, tal como aprenden a sumar o a dibujar.
Así, un niño es feliz en un colegio no porque siempre esté sonriendo o porque no tenga ningún problema. Un niño desarrolla su felicidad cuando aprende a sentirse bien consigo mismo, a establecer buenas relaciones sociales y a desarrollar la capacidad de enfrentar los desafíos cotidianos para sacar el mayor provecho de las situaciones, y así convertirlas en oportunidades para crecer.
“Para hablar de felicidad es preciso educar sobre este sentimiento y el colegio es el espacio idóneo para ayudar a los estudiantes a ser felices”, afirma la pedagoga Margarita Valenzuela. Y puntualiza: “Cuando un niño aprende a desarrollar su personalidad para estar más dispuesto a ser feliz, desarrolla habilidades para resolver las diferentes exigencias del centro educativo y logra aprender lo que todos necesitamos para ser felices: sentirnos tranquilos, seguros con nosotros mismos y aceptados”.
Podemos decir entonces que la felicidad es, en gran medida, una cuestión de gestionar las emociones, de aprender a minimizar y convivir con las más negativas y saber también cómo potenciar las positivas.
Convertir cada error en una oportunidad de aprendizaje, gestionar la frustración y el conflicto, aprender a vivir en el presente, favorecer la autoestima y las habilidades sociales… Son muchos retos que se pueden abordar cada día en las aulas y que ayudarán a los alumnos a ser futuros adultos felices y comprometidos con la sociedad.
De acuerdo con especialistas en educación y pedagogos, se trata de dejar de entender la educación como un proceso en el que los estudiantes aprenden contenidos con el objetivo de superar unas determinadas pruebas de evaluación, para comenzar a poner en el centro la felicidad y el desarrollo de las personas.
Bajo la premisa de que los estudiantes sean felices mientras se forman para que lo serán en el futuro, además de inculcar en los jóvenes el deseo de aprender disfrutando de su esfuerzo y, también, que sean capaces de pensar de manera creativa, el programa Happy de Amco contempla trabajar la educación emocional en docentes, alumnos y padres mediante experiencias de la vida real. El objetivo es promover la felicidad a través de este proyecto educativo que no solo le da sentido al proceso de formación académica y personal de los estudiantes, sino que, además, les permite adquirir habilidades sociales que los ayudarán a ser adultos felices y comprometidos con la sociedad.
Entre los numerosos teóricos y estudiosos del concepto de felicidad cabe mencionar a Israel Tal Ben-Shabar, profesor de la Universidad de Harvard, que habla de la ciencia de la felicidad como una disciplina que debe guiar la labor educativa.
Y es que los estudiantes felices desarrollan estrategias de afrontamiento a diferentes situaciones y contextos. Mientras, los estudiantes infelices desarrollan el perfil contrario: son menos felices en su vida y tienen más probabilidades de sufrir dificultades físicas y psicológicas, como dolores de cabeza o de espalda, trastornos depresivos, insomnio, etc.
¿Te animas a ponerlos en práctica?